jueves, 6 de septiembre de 2012

La niña y el oso.

El viernes pasado me fui por fin a sacar el duplicado de mi licencia de conducir que había perdido hace algún tiempo. Luego de soportar una cola de varias horas y conseguir por fin mi objetivo, me fui caminando a la avenida principal más cercana, mientras revisaba lo feo que salgo en esa foto. Estaba andando concentrado, cuando escuché detrás mío el ruido de unas uñas galopando la vereda en dirección a mí. Me imaginé siendo atacado por un perro enorme, y volteé alarmado, listo para defenderme de la agresión.

Al voltear me encontré con un pequeño perrito, que no me llegaba ni a las rodillas, flaquito y peludo, con ojos de peluche. El simpático canino me miró con expresión afable, como sonriéndome. Me ladró un par de veces moviendo la cola con alegría. Yo me quedé extrañado por esa muestra de espontáneo e inmerecido aprecio. Empecé a observarlo con detenimiento intentando identificar si era un perro de raza o no. Me percaté que no tenía ningún tipo de collar. De inmediato levanté la mirada intentando ubicar a alguien que pudiera estar buscando esa pequeña y curiosa criatura. El perrito estaba parado sólo a un par de metros de distancia. Habían pasado ya unos veinte segundos y yo seguía aún sin reaccionar. De repente, un par de ladridos me sacaron del transe. Cuando reaccioné el pequeño animal estaba cruzando la pista corriendo hacia la avenida principal, donde lo perdí de vista.

De pronto, a lo lejos vi a una chica corriendo en mi dirección. Se me acercó y con el poco aliento que le quedaba me preguntó si había visto pasar un perro chiquito y peludo. -Así que era tuyo- le dije- Sí lo he visto, corrió en esa dirección-señalé la avenida principal. La pobre abrió los ojos asustada. -Ayúdame por favor, no sé que voy a hacer si le pasa algo. (En ese momento tuve un mal presentimiento y sentí que debía ayudar.)



-No te preocupes, yo te ayudo a buscarlo- Respondí - Te aseguro que lo vamos a encontrar.

Aunque no era mi problema, tenía muy claro que para los que tienen mascota, ésta es como parte de la familia. Para algunos perder a su perrito es casi como perder a un miembro de su familia, es como perder a su propio hijo y ante una situación así no podía ser indiferente.

Como yo tenía zapatillas y la chica sandalias, la adelanté con relativa facilidad. Comencé a preguntar en la calle si habían visto al desaparecido. Las personas me iban señalando por donde lo habían visto y yo corría siguiendo sus indicaciones, cada vez más agitado. Me sentía como en el juego: "Donde está Carmen San Diego" siguiendo las pistas de aquel pequeño bandido. Corrimos y corrimos varias cuadras, no se cuántas, perdí por completo la cuenta. Finalmente lo divisamos meando la llanta de un auto a unos cincuenta metros de distancia. -Cómo se llama tu perro?- le pregunté. -Se llama Oso- me dijo. -Bueno desde ahora llámalo "Correcaminos" o algo así, es muy rápido el desgraciado. Reímos. -Es como mi hijo, desde que me lo regalaron hace seis meses se volvió mi engreído - me dijo la muchacha - prometo nunca más sacarlo a pasear sin cadena.

Intentamos aproximarnos lentamente, para no asustarlo, pero Oso, al ver que nos acercábamos echó a correr. Yo corrí tras de él. Llevaba persiguiéndolo buen rato, como para dejarlo ir tan fácil. El corazón me estallaba, las piernas ya me temblaban y mis pulmones ya no daban más. Una vez más lo perdimos de vista. Esta vez, las personas que nos ayudaban se contradecían en sus indicaciones, algunos nos aseguraban haberlo visto correr a la derecha y otros a la izquierda. Compré una botella de agua para refrescarme un poco. A esas alturas ya no estábamos seguros exactamente por donde buscar.

De repente me percaté que al otro lado de la pista había una multitud de gente. Estaban formando un círculo mirando hacia el piso. Sus gestos mostraban espanto y conmoción. Un policía municipal se dirigía en su bicicleta por la vereda del frente, moviendo la cabeza de derecha a izquierda con un notable gesto de sinsabor en el rostro. Mientras cruzábamos la pista, se me hacía un nudo en la garganta y los ojos de la niña se llenaban de lágrimas. Nos abrimos paso entre las personas y lo encontramos, echado sobre la calzada, con las patitas estiradas y los ojos cerrados. Un angustioso charco de sangre rodeaba su delgada figura matizando la espantosa escena. Había sido atropellado por un taxi que iba a excesiva velocidad y no logró esquivarlo. El chofer se había dado a la fuga.

¿Qué se le puede decir a una muchacha en una situación así? La terrible escena me dejó sin aliento y sin palabras. No pude evitar sentirme culpable de lo ocurrido. Nada de esto hubiese pasado si hubiese recogido a Oso de la calle cuando tuve oportunidad. Sé muy bien que era imposible saber que algo así iba a pasar, sin embargo, no puedo evitar sentir que en parte, lo que pasó fue culpa mía. No puedo evitar pensar en cómo una pequeña decisión por insignificante que parezca puede repercutir tanto en la vida de una persona. Muchas veces estamos pendientes de no hacer algo malo que perjudique a los demás y pensamos que eso nos hace personas buenas, pero olvidamos que hay ocasiones que la desidia, la indiferencia, la dejadez, el "no hacer" puede producir también resultados terribles.